jueves, 3 de enero de 2013

Uruguay y Cooperativismo: de desconfianzas y trayectos compartidos



El papel marginal que la economía social supo tener en la izquierda tradicional ha quedado atrás, al punto de que hoy es un insumo clave en la discusión sobre si el Frente Amplio debe trascender el capitalismo o administrarlo.


 La llamada “révolte des canutes”, cuando los obreros textiles de Lyon ocuparon sus fábricas durante el invierno boreal de 1831, fue una de las experiencias primigenias del movimiento cooperativista que por esos años comenzaba extenderse por Europa como cabal expresión (junto con el sindicalismo) del incipiente movimiento obrero. Más tarde estos impulsos colectivos se replicarían en Inglaterra, con la creación en 1844 de la primera cooperativa de consumo a manos de obreros textiles desempleados de la ciudad de Rochdale, que registraron los primeros principios básicos del cooperativismo, como el control democrático del capital. Para 1895 ya existía la Alianza Cooperativa Internacional (aci).

Los distintos mojones en la historia del cooperativismo tuvieron su correlato filosófico-político en el socialismo utópico (con aquellos modelos ideales de sociedades agrario-industriales perfectamente equitativas concebidas por el francés Charles Fourier), cuyos pensadores se unieron a la Primera Internacional de Trabajadores de 1864. Casualmente, es en medio de la onda expansiva de las internacionales de trabajadores que surgió la Internacional Cooperativa. El socialismo utópico ya casi se desvanece al finalizar el siglo xix, pero el cooperativismo mantuvo sus vínculos con la socialdemocracia y el laborismo. Ambos movimientos se escindieron del socialismo revolucionario en la II Internacional, cuando la Primera Guerra Mundial comenzaba a gestarse. Este último luego seguiría su camino hacia la III Internacional, ya de corte netamente comunista y revolucionario. El movimiento cooperativista, por su parte, se haría más robusto sobre todo en la socialdemocracia alemana y el laborismo inglés. 

Como un calco de este proceso, aunque con una revolución industrial tardía, en Uruguay la mayoría de las ramas de la actividad que buscaban organizarse en sindicatos también tuvieron su expresión cooperativa. Los anarquistas, los socialistas y los cristianos (que veían que las cooperativas ponían el centro en el hombre) promovieron estos vínculos a principios del siglo xx. Pero es recién durante la década del 40 –cuando se aprueban las primeras leyes de negociación colectiva– que hay un desarrollo de largo aliento del movimiento cooperativo, con un primer objetivo: resolver el acceso de los trabajadores a los bienes de consumo. Así, surgen las cooperativas de consumo y de crédito. Los sindicatos por ese entonces no eran organizaciones “de clase”, sino que agrupaban a un conjunto heterogéneo de trabajadores de diverso pelaje ideológico. Por lo tanto no puede hablarse de un vínculo estrecho entre sindicatos, cooperativas y la izquierda tradicional hasta finalizado el siglo xx. En realidad lo que existió entre el movimiento cooperativo y la izquierda vernácula fue, en un principio, una relación de desconfianza.

Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial el comunismo se hace hegemónico en los sindicatos uruguayos. Y junto con éste empieza a predominar el modelo soviético de Estado, centralizador y con el control de todas las unidades productivas, como teoría económica de la izquierda tradicional. Naturalmente el cooperativismo, como forma de producción por fuera de la centralidad estatal, comienza a ser cuestionado desde allí. Quizás la expresión más cabal de esa desconfianza fue la renuencia con que la izquierda tradicional participó de las primeras acciones de fucvam en la década del 70, ya que en parte consideraba sus planteos como una “traciión” o una desviación hacia el reformismo socialdemócrata (véanse páginas 10 y 11).

El cooperativismo fue autónomo y políticamente independiente (de hecho durante la Guerra Fría la aci mantuvo el principio de neutralidad política para sobrevivir al sistema bipolar), y también en la “historia interna” de los partidos de izquierda “careció de espacio, (por entenderse) que era funcional al capitalismo, o un amortiguador de las luchas sociales. Parece que el trabajador cooperativizado era un desertor de la clase obrera”, sostiene Fernando Berasain, presidente del Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop).
“Históricamente la concepción de ‘economía social’ no ocupaba un lugar importante para el paradigma social que la izquierda tradicional tenía: industralización a través de grandes unidades en manos del Estado y los trabajadores. Eso influía mucho en la concepción estratégica. El Estado definía todo”, apunta el economista y senador del mpp Héctor Tajam.

Aquel debate sobre el rol del Estado que se dio entre los cincuenta y los sesenta influyó en el papel que se le dio al cooperativismo desde la izquierda, y terminó con definiciones trascendentales sobre el concepto mismo de propiedad. “Para nosotros los socialistas, la propiedad pública no es sólo estatal sino también de la autogestión y de la economía social”, comentó el diputado Gustavo Bernini (Partido Socialista). El derrumbe de la Unión Soviética contribuyó a reconfigurar esta nueva concepción de la propiedad pública, en parte porque fue el propio Estado centralizador el que detonó el “fracaso del modelo” soviético, dice Bernini. La definición hacia “un socialismo autogestionario” no es contradictoria “con la importancia del Estado, pero implica no asumir que el Estado era el único que tenía que tener la propiedad de los bienes de producción”, como creía el comunismo, explicó el dirigente socialista.

TAMPOCO UN VENDAVAL. Hoy el viejo paradigma estatista “ha perdido fuerza”, y la discusión pasa, en palabras de Tajam, por cómo se crean “trayectos socializantes” donde la economía social empieza a tomar una importancia crucial. No es economía en su sentido ortodoxo, sino que refiere a un tercer sector que está por fuera tanto de la economía estatal o “sector público”, como del sector privado, de naturaleza capitalista. Es una definición que implica trabajar con los sujetos mismos y sus proyectos.

En la actualidad la discusión sobre el papel de la economía social está atada al debate sobre si el Frente Amplio debe trascender al capitalismo o dedicarse a administrarlo. “Plantearse trascender el capitalismo es plantearse el tema de la propiedad, porque si no, no se plantea el verdadero cambio”, sostiene Tajam. Y en ese sentido es que la economía social aparece como un modo de replantear la propiedad y cimentar nuevas formas de poder. Allí donde hay que sustituir el trabajo asalariado, donde se pierde la decisión sobre un producto final, el cooperativismo –con su impronta colectiva y su democracia interna– aparece como una opción. El modelo de desarrollo, por otra parte, se completa con el control estatal de las actividades estratégicas, como las telecomunicaciones y el transporte. “La economía social no podría resistir sin esta pata; si tuviese que enfrentarse a monopolios privados en las telecomunicaciones, la energía, el transporte o el agua, sería inviable”, sostiene Tajam.

Naturalmente no en todos los sectores de una fuerza progresista como el fa la economía social está planteada como una alternativa prioritaria, y mucho menos existe el objetivo de trascender el capitalismo. Según Bernini existen “dos escuelas a nivel internacional sobre la visión del movimiento cooperativo y la economía social. Una de ellas lo visualiza como una forma de organización que muchas veces debe atender las debilidades del sistema capitalista. No es una alternativa al modelo, sino una forma de recoger a los postergados por el mercado pero sin competir con éste. La otra es que la economía social es la alternativa al sistema, y se puede construir el socialismo a través de ella”. Bajo este paraguas conceptual es que, según el legislador, se deben crear alianzas para un bloque social hegemónico (en el sentido gramsciano del término) que pueda superar el actual sistema.

Ahora bien, creer que el modo de producción capitalista se extingue a partir de la “extensión irrefrenable” del sector social de la economía es una “ingenuidad”, sostiene Berasain. En cambio, entiende que “la construcción colectiva de las cooperativas va creando espacios diferentes, va consolidando una cultura diferente, una concepción de la sociedad, un sistema de valores, un nivel de conciencia, y va empoderando a sectores populares con capacidad de acumulación de fuerzas. Las transformaciones se producen en diversos planos y el cooperativismo contribuye a los procesos de cambio, sin ser la fuerza motriz redentora, ni un componente irrelevante”, analiza.

MODELO PROFUNDO. Es a partir de estas definiciones que los vínculos entre izquierda y cooperativismo sí aparecen más claros, y comienzan las políticas activas para el desarrollo de proyectos colectivos a partir de 2005, cuando asume el fa. Por ese entonces se crea una comisión parlamentaria especializada en asuntos cooperativos, de la que forma parte Bernini, y en 2008 se sanciona la ley general de cooperativas, para reunir normas dispersas. Ese texto crea el Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop), que propone y ejecuta las políticas. A nivel ministerial también se crearon unidades especializadas en economía social en los ministerios de Desarrollo y de Industria. 

La creación del Fondo para el Desarrollo –Fondes– (véase página 12), coinciden Bernini y Tajam, fue un salto importante porque permitió resolver uno de los problemas centrales de los trabajadores para recuperar una empresa en quiebra: el financiamiento. Al lidiar con las reglas de juego del sistema capitalista, las cooperativas se encuentran con un sistema financiero que no las categoriza como confiables a la hora de tomar decisiones, y por eso son consideradas emprendimientos de segundo rango para los bancos, entiende Tajam. 

Pero más allá de este salto cualitativo, Bernini entiende que, a nivel programático, hay algunos aspectos que se van agotando en cuanto a la promoción de la economía social. Y por eso afirma que desde el año que viene se debe ir hacia la profundización del cooperativismo con políticas de discriminación positiva hacia ese sector, para hacerlo más competitivo. Por ejemplo, que las cooperativas tengan algún tipo de ventaja en las compras del Estado, y la creación de empresas mixtas, alianzas entre privados y cooperativas. Una de las principales dificultades para el desarrollo afecta a las cooperativas de consumo, evaluó el diputado. Estas empresas colectivas ven en riesgo su participación en el mercado ante la gran cantidad de oferta de crédito que existe en plaza. Así pues, las cooperativas de consumo deben unir esfuerzos creando un pool para acceder a bienes más baratos o creando una tarjeta de crédito válida para todas.
Desde otro ángulo, Tajam ve un obstáculo para la profundización de la economía social en la forma de expansión de la economía uruguaya, creciendo y distribuyendo por un lado, pero también concentrando el poder económico en determinados sectores, como el agro: “Estamos en una fase de crecimiento muy compleja en la cual el capitalismo se concentra con mucha extranjerización y empieza a levantar barreras a otros proyectos alternativos que no pueden tener el porte de las empresas extranjeras”.

Por eso ve la necesidad de tomar decisiones “estratégicas sobre en qué sectores uno quiere avanzar y aquellos en donde las cooperativas funcionan mejor”. Los desafíos para mantener la sustentabilidad de los proyectos colectivos, según Tajam, apuntan a que las cooperativas dejen de estar en sectores marginales de la economía y se incorporen a áreas estratégicas de la producción. Y además, que logren integrarse en la región, aprovechando cierta sintonía entre los gobiernos progresistas (véase recuadro). 

El cooperativismo, dice, “no es la solución total, sino el camino que se está emprendiendo. Debe superar los proyectos que nacieron de las debilidades del propio capitalismo. Todo el movimiento tiene que demostrar que puede afianzarse y desarrollarse en otras actividades no necesariamente relacionadas con las que el capitalista dejó de hacer”. Permanecer y avanzar, esa es la cuestión.

Cooperativas en el Mercosur .Cosas por hacer

A nivel del bloque regional existe la Reunión Especializada de Cooperativas del Mercosur, creada en 2001 por impulso del movimiento cooperativo organizado. De esa Reunión son socios los organismos estatales de promoción y supervisión del cooperativismo, que en el caso de Uruguay es el Inacoop. De las reuniones han surgido avances en materia de investigación legal, tributaria, de capacitación. La norma número 1 del Parlasur crea el Estatuto de la Cooperativa del Mercosur, que permite la existencia de cooperativas plurinacionales. Pero esta ley hasta ahora sólo ha sido ratificada por Uruguay. “Nosotros quisiéramos ver resultados más tangibles en lo inmediato, como la conformación de cadenas solidarias productivas, pero estos procesos requieren paciencia y constancia, como dice el tango”, sostuvo Berasain.

Fuente: www.brecha.com.uy

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