Los desafíos del pluralismo
(Por Luis
Lozano y Diego de Charras) La Ley 26.522 de Servicios de Comunicación
Audiovisual o “ley de medios” sostuvo un nuevo paradigma que puso, en primer
lugar, a la información y la comunicación como un derecho humano y no como un
negocio. Desde esta tesitura, la nueva norma obtuvo un acompañamiento
impensable años antes, encabezado por cientos de organizaciones sociales. No
obstante, desde su aprobación, el horizonte estuvo plagado de obstáculos. Se
afectan intereses poderosos. Democratizar y redistribuir implica no sólo crear
nuevos medios sino también que algunos dejen de tener la prevalencia actual.
Sacar a unos para dar a otros. La cuestión es a quién se le quita y a quién se
le da. En el caso de la “ley de medios”, se trató de culminar un legado de
décadas de beneficios a los sectores privados comerciales concentrados, para
empezar a reconocer a otros actores con derecho a la voz propia.
Nadie
dijo que sería fácil. En este punto hay, por lo menos, dos aspectos a
considerar. El primero tiene que ver con las dificultades de aplicación de la
normativa: la adjudicación de nuevas licencias, la desconcentración y
digitalización del sistema para poder readjudicar espacios en las diferentes
grillas con el fin de cumplir las reservas dispuestas por la ley –por ejemplo
el 33 por ciento para medios sin fines de lucro–, el cumplimiento de las cuotas
de pantalla y los límites a la transmisión en red. Un camino nada sencillo y
con riesgos a considerar: desde las posibles falencias en los llamados a
concurso o las desavenencias entre unidades estatales, hasta las dificultades
presupuestarias e infraestructurales de los organismos encargados de llevarlo a
cabo. Es claro que los llamados a concurso para nuevas licencias deben
contemplar los requerimientos de los nuevos sectores incluidos por la ley, de
modo que no se desarrollen exclusiones por vías económicas y/o burocráticas.
Aun así, a lo largo de los últimos dos años, se otorgaron autorizaciones para
las universidades nacionales, provincias y municipios; se llamó a concurso para
otorgar licencias de TV digital –hoy suspendido para reelaborar los pliegos– y
se convocó a presentar propuestas para 687 licencias de FM. A esto se suman las
200 emisoras que se están instalando en escuelas secundarias en el marco del
programa “Radios Escolares - Centros de Actividades Juveniles” y la asignación
de licencias para la prestación de servicios de televisión por cable a
cooperativas, hasta ahora excluidas. El cambio que traen aparejadas estas
políticas, en un país donde apenas siete grandes ciudades cuentan con más de
una señal de televisión abierta, refuerza los argumentos que impulsaron la
sanción de la Ley 26.522 con un inédito apoyo social y político, en el cual
confluyeron los reclamos de diversos colectivos sociales que bregaban, desde la
recuperación de la democracia, por mayor pluralismo y diversidad de voces.
El
segundo aspecto a considerar es, a nuestro juicio, más importante y tiene que
ver con la necesidad de cambiar la perspectiva acerca de la comunicación y los
medios en la Argentina.
En los
últimos tiempos hemos leído afirmaciones del tipo “¿quién carajo va a escuchar
una radio de los wichís?”, “la palabra no es gratis”, la ley “resulta
inaplicable (...) Las compañías de comunicación no son sustentables por debajo
de determinada escala”, u otras reclamando publicidad oficial o planteando que
la norma no prevé la sustentabilidad de los nuevos medios. Desde esta
perspectiva, la Ley 26.522 eludiría la viabilidad económica de un sistema
compuesto por medios públicos y privados con y sin fines de lucro.
Lo que
demuestra el primer tipo de afirmaciones es que son muchos los que no asumen
que hay un cambio de paradigma. Se sigue pensando el funcionamiento de los
medios desde la lógica noventista, propia de los medios comerciales. Suponer un
determinado tamaño de las empresas o una necesaria porción mínima del mercado
es no (querer) entender la comunicación como un derecho.
Por su
parte, en la otra línea, se expresan (¿por izquierda?) quienes reclaman al
Estado el sustento de los nuevos medios. Sin embargo, es necesario recordar
que, aunque la ley no los contemplara, los medios no comerciales existen, al
menos, desde la década de 1980 aun contra las prohibiciones legales. Y si acaso
muchos de ellos perecieron en el intento, muchos otros gozan de buena salud y
subsistieron a tiempos de decomiso de equipos y economía de subsistencia. Eso
no significa que tengan el futuro garantizado. Implica, por el contrario, que
poseen un piso donde ponerse de pie. No es poco.
De los contenidos a las pantallas
Es cierto
que la economía de los medios no comerciales requiere financiamiento para
sobrevivir y mucho más para crecer. Existe una gran confusión sobre el
significado del concepto “sin fines de lucro” que se asocia algunas veces a la
ausencia de actividades comerciales o económicas de sostenimiento, condenando
así a estos medios al amateurismo. En cambio, la ausencia de finalidad de lucro
define a la actividad que no persigue la obtención de ganancias para su
acumulación o su distribución entre socios, su compromiso es que la totalidad de
los recursos que obtengan deberán ser invertidos en mejoras que garanticen la
continuidad en la prestación del servicio y el desarrollo de su propuesta
comunicacional. Pero no es menos cierto que ese apoyo no debe pensarse sólo en
la disyuntiva entre comercializarse para obtener publicidad privada o
mimetizarse con el entorno político para recibir publicidad estatal.
La
legislación debe reconocer, y en el caso de la Ley 26.522 lo hace
explícitamente, el derecho de las entidades sin fines de lucro a asegurar su
sustentabilidad económica, independencia y desarrollo, a cuyos efectos deben
poder obtener recursos de subsidios, donaciones, aportes solidarios, auspicios,
patrocinios y publicidad privada y oficial. En muchas legislaciones del mundo
los medios sin fines de lucro son discriminados, pero no es lo que ocurre en la
Argentina.
Sin
dudas, es necesario propulsar con mayor intensidad una política de fomento al
pluralismo y la diversidad mediática como existe en muchos lugares del mundo.
Es el caso de Australia, el Reino Unido, Canadá, Sudáfrica, Irlanda, Francia y
España, entre otros. El aporte de parte del Estado también se puede traducir en
beneficios impositivos y/o apoyo a la compra de equipamiento. Las experiencias
demuestran que no es sencillo. Debe considerarse el sostén de los medios
existentes, pero también el impulso a los emergentes. Los fondos aportados por
el Estado no deben superar ciertos umbrales, el proceso de selección debe ser
participativo y con involucramiento de los interesados y demás consideraciones.
En cuanto
a la necesaria regulación de la pauta oficial, está claro que la discusión
atraviesa a todos los poderes del Estado, a todos los niveles de gobierno y a
todas las tipologías de medios de comunicación. Sin embargo, la remanida identificación
de manejos arbitrarios no encuentra su correlato en análisis o propuestas
abarcativas que planteen soluciones realistas para el complejo entramado de
relaciones económicas que se establecen entre el Estado y los medios de
comunicación y que exceden, por mucho, la asignación de la pauta publicitaria
oficial. Ayudas directas o indirectas, que muchas veces se manejan con absoluta
discrecionalidad pasan desapercibidas mientras se pone el foco en la pauta. Muy
pocas voces se han alzado para cuestionar las millonarias desgravaciones
brindadas a los medios audiovisuales entre 1989 y 2005, a través de
resoluciones del viejo Comfer basadas en la aplicación del art. 100 de la
antigua Ley de Radiodifusión; las condonaciones de cargas impositivas a cambio
de espacios publicitarios; o las cuantiosas deudas acumuladas por los medios en
concepto de aportes previsionales computados como créditos fiscales para la
liquidación del IVA gracias a una disposición del ministro Domingo Cavallo que
Néstor Kirchner derogó en 2003.
FUENTE: www.pagina12.com.ar
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