La crisis del periodismo en España
¿Qué está sucediendo con la prensa en
España? ¿Hacia dónde se dirigen sus influyentes medios de comunicación asolados
por una crisis descomunal? Este problema comenzó a resolverlo a finales del
siglo pasado el gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski: “La información se
está separando de la cultura y terminará convertida en una máquina de hacer
dinero”. Efectivamente, la irrupción de poderosos hombres de negocios al frente
de los grandes grupos mediáticos europeos transformó los parámetros que han
regido el comportamiento de la prensa occidental.
La crisis de la prensa en países como
el Reino Unido, Francia pero, sobre todo, España, tiene una conexión directa
con el origen de la crisis sistémica del capitalismo que hoy devasta Europa
pero también con una depresión productiva crónica que ha irrumpido en las
redacciones de los grandes diarios maniatados por internet y las redes
sociales.
En un revelador artículo, el director
de ‘Le Monde Diplomatique’, Ignacio Ramonet, describía al esplendor de los
periódicos por la fascinación que sentían hacia los sucesos violentos y los
escándalos sin contrastar. El corolario de todo esto es la producción de tapas
que se repiten, se copian y se ‘leen’ con la vista. Cabeceras diseñadas como
pantallas de televisión, donde prima lo sensacional en redacciones que sufren
amnesia respecto a informaciones que han perdido actualidad.
Kapuscinski iba aun más lejos. “La
mayoría de los periódicos están hechos para entretener más que para informar,
para escandalizar más que para educar. Esto está provocando el empobrecimiento
de los textos con páginas y páginas dedicadas al autobombo, a los premios, a
las promociones y a la publicidad de esas promociones”, aireaba el maestro
polaco. Es fácil comprobar la exactitud de estas palabras. En España las
exclusivas han dejado de envolver el pescado de la mañana. Ahora envuelven el
último juego de sartenes y platos de diseño, ofrecidos con la esperanza de que
los lectores no les abandonen para siempre.
Pero tanta frivolidad de los
contenidos debía de tener la inestimable ayuda de la crisis económica para
colocar al periodismo español al borde del suicidio. Desde que arrancó la
recesión en España en 2008, 57 medios de comunicación han cerrado y otros 23 se
encuentran embarrancados en delicados procesos de regulación de empleo que no
es otra cosa que la antesala de la desaparición. Alrededor de 10.000 periodistas
españoles –el 30% del total de licenciados en activo- se encuentran en paro, de
los cuales 3.000 han sido despedidos este mismo año. Las cifras son una herida
abierta que en los próximos meses podría alcanzar proporciones colosales.
Uno de los primeros en irse a pique
fue el periódico Público a principios de este año. Era el diario en papel más
cercano a los movimientos ciudadanos que hoy se extienden por el mundo y del
que formé parte como responsable informativo de América Latina. No me siento
competente para asegurar si fue una gerencia incompetente y omnímoda la que
colocó a 160 familias y a un número indeterminado de colaboradores (fotógrafos,
corresponsales, columnistas, distribuidores, etc.) al borde del despeñadero.
Para explicar las causas de aquel descalabro habría que acudir a un
psicoanalista. Bastante tienen hoy los trabajadores de aquel diario con
enfrentarse al miedo que provoca una realidad tan lacerante como el paro en
tiempos tan oscuros como los que ahora se viven en España. Y también con hacer
frente a las facturas de sus abogados por las causas judiciales que tienen
abiertas contra los responsables financieros.
Siempre es triste contemplar la muerte
de un periódico cuando lo que entra en juego es un sentimiento vocacional y
conoces a la gran mayoría de los damnificados. La sociedad española se
empobreció sin Público. No tengo dudas.
Pero el caso más sangrante y actual es
el que ahora vive el diario El País, el periódico español más importante, donde
se ha anunciado el finiquito para 150 de los 470 trabajadores de su actual
plantilla. Y es cruel porque siendo el periódico de mayor difusión e
influencia, su crisis no empieza en la crisis del sistema, sino en el Grupo
PRISA, su dueño, en los errores de dirección que obligaron a la empresa a
asumir un nivel de deuda insostenible para cubrir inversiones millonarias. Este
diario aglutina en su hundimiento toda la trama financiera de la que se ha
nutrido la mala gestión empresarial de la prensa española.
El periodista Pere Rusiñol, adjunto al
director del desaparecido diario Público, ha enhebrado todos los hilos de este
enredo empresarial, más cercano a la ludopatía de sus directivos que a los
daños colaterales provocados por la grave enfermedad que padece el sistema
neoliberal. Para empezar, los dueños del Grupo PRISA aprovecharon los años
dorados de la economía global para expandirse en actividades ajenas a su
negocio original. Y lo hicieron con créditos baratos y apalancamientos
inverosímiles a corto plazo que crecieron a costa de los intereses generales de
la compañía, de sus accionistas y de sus trabajadores.
Todo esto generó una deuda que creció
como una bola de nieve hasta llegar a unos impagables 5.000 millones de euros.
Cuando la burbuja pinchó en 2007, esos créditos imposibles de cobrar se
convirtieron en capital y los bancos se hicieron con el control de la empresa.
Fue entonces cuando Wall Street olió
la sangre y el financiero Nicolas Berggruen, un halcón en la especulación de
los mercados, inyectó 650 millones de euros al Grupo PRISA que una comisión de
inversores le había prestado previamente a cambio de gastarlos en una gran
operación.
Estas maniobras orquestales en la
oscuridad produjeron dos grandes beneficiados: uno fue el propio Berggruen,
obviamente, quien facturó una suculenta comisión en lugar de tener que devolver
el dinero con los intereses generados, garantizándose de paso una retribución
del 7% de sus acciones durante tres años. El otro vencedor fue Juan Luis
Cebrián, el amo del Grupo PRISA y adalid de las libertades democráticas en
España tras el fallido golpe de Estado fascista del 23 de febrero de 1981.
Hábil como una comadreja, Cebrián se blindó durante años con un salario
estratosférico que llegó a los 14 millones de euros en 2011, pese a que su
empresa perdió 450 millones.
La semana pasada, una de las
columnistas de referencia de El País, Maruja Torres, escribió una nota
demoledora contra Cebrián difundida a través las redes sociales. Torres
describe con precisión la gestión de la crisis económica que la dirección de
PRISA pretende realizar y concluye con una frase lapidaria: “En una cosa tiene
razón (Cebrián), cuando compara lo ocurrido en la trayectoria de El País con el
23-F. Lo que no sabe es que esta vez su papel está cambiado: ahora el
protagonista de la asonada es él. Los trabajadores del diario seguimos en el
mismo sitio que entonces”. Un directo al mentón de su poderoso jefe.
La descripción de la caída de El País
es el ejemplo granado de cómo la prensa española ha vivido durante décadas.
Todos y cada uno de los grandes grupos mediáticos han actuado por encima del
mercado que dicen proteger: Sueldos millonarios, incrementos desorbitados de
cargos directivos, privilegios elitistas, bonus injustificados. Y a sus pies,
cientos de redactores y becarios enloquecidos por formar parte de la tribu
escribiendo misivas de idolatría a la cabecera que les malpagaba –un artículo
de un freelance desde Alepo se cotiza hoy a 50 euros en el mercado periodístico
español-. Sombras de impotencia grandes como casas. El resultado es que la
calidad se ha reducido, el desinterés y la insolidaridad se han disparado y las
grandes empresas están en bancarrota. Hay medios que subsisten porque una mano
misteriosa les impide caer.
Entonces, ¿ya no hay espejos donde
mirarse? Ramonet cree que no está todo perdido. Dice que en medio de la
oscuridad hay contrapesos. Se refiere al despertar de una cierta conciencia
ética. Y al riesgo de ser dueños del producto prescindiendo del paraguas
económico de un gran holding financiero. Hay una corriente de periodistas en
España que han decidido dar un paso al frente para combinar calidad con
racionalidad corporativa. Y el canal que han encontrado para remontar el vuelo
está en la red. Ahí están eldiario.es, la revista satírica Mongolia –que
también sale en papel- y MasPublico, una cooperativa de periodistas herederos
de lo que un día fue el experimento (fallido) Público y que a base de esfuerzo
personal están empezando a solidificar el proyecto.
La clave cuando no se tiene nada es
ser un periódico hecho por periodistas, es decir, escribir textos originales,
con fuentes contrastadas y extraordinariamente narrativo. Todos ellos son hoy
la esperanza que nos queda para decirles a George Orwell y Aldous Huxley que ya
pueden descansar en paz.
FUENTE: www.telegrafo.com.ec
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