Ley de Medios en Uruguay: Colgados del aire
Mientras el Parlamento discute el proyecto de ley sobre medios de comunicación audiovisual presentado en mayo por el gobierno, parece que Uruguay carece por completo de normas que regulen el sector. En realidad, hay unas cuantas. Pero gran parte de las emisoras privadas se las arreglan desde hace décadas para pasearse todos los días y a toda hora, en mayor o menor medida, entre la llegada al borde y la franca transgresión de esas reglas.
Algunos ejemplos. El grueso de
la oferta matutina televisiva en Montevideo se compone de programas de
infotainment con metralletas de “chivos”. Por la tarde, enlatados
argentinos y producciones nacionales que medran en las farándulas de
ambas orillas del Plata reducen los valores humanos a “códigos” que
premian con presencia en pantalla lo malo, tonto y vistoso, de modo que
el monstruo se alimente de sus propios vómitos. Los informativos suelen
identificar a menores infractores o sometidos a agresión sexual; enseñar
a delinquir a los espectadores dispuestos a aprender; alimentar el
dolor de las víctimas de delitos al reiterar escenas de sufrimiento y
violencia, y faltarles el respeto a colectivos raciales, religiosos y de
género. Todo eso en el horario de protección al menor, mientras a
algunas de las mejores producciones nacionales se las entierra en
horarios impotables.
Acá se violan leyes, decretos y
reglamentos. La Ley de Seguridad del Estado que prologó en 1972 el
golpe de Estado impuso multas y penas de prisión al responsable del
medio de comunicación que identifique a víctimas y victimarios de
delitos sexuales. El Decreto 734 de 1978 limita en Montevideo la
publicidad a 15 minutos por hora en televisión y 18 en radio, con
excepciones muy acotadas. El Código de la Niñez y la Adolescencia
prohíbe identificar menores en conflicto con la ley penal.
Si no hubiera normas e
imperara una absoluta libertad, cualquiera que cuente con el capital
podría adquirir un transmisor con más de 50 kilowatts de potencia en la
frecuencia de 850 kiloherzios AM, instalar la antena en la azotea de la
casa y matar a Radio Carve. Pero la ley lo impide, en beneficio de
quienes proclaman la mejor ley de medios como la que no existe.
Igual, muchos medios actúan
como si tampoco rigiera la legislación penal y civil. Los canales 10 y
12 de Montevideo y varias radios arriendan espacios de madrugada, entre
otros, a una tarotista, a un servicio de cortejo telefónico y a iglesias
que, en medio de sermones machistas y homofóbicos, prometen salud,
dinero y amor a cambio de dispensas en metálico. Estas acciones
configuran o se acercan a delitos como estafa, incapacidad compulsiva e
incitación al odio. Para colmo, la enorme mayoría de las ondas fueron
adquiridas en pasamanos aceitados con lagunas legales, vínculos
políticos y amiguismos, pues el Decreto 734 establece que esas licencias
son personales y prohíbe hasta negociar cambios en su titularidad. Pero
radios y canales de Uruguay se compran y venden como si fueran kioscos y
no empresas de servicio social autorizadas por el Estado a usufructuar
el espacio radioeléctrico público.
Al rechazar el proyecto, la
Asociación de Broadcasters del Uruguay incurrió en contradicciones
absurdas. Por un lado, evaluó ante los legisladores que “no existe
necesidad de promover cambios sustanciales” en ese mismo régimen al que
unos cuantos de sus socios violan. Por el otro, se olvidó de que había
acordado el grueso de la iniciativa el año pasado en una comisión
técnica asesora que integró con otras instituciones públicas y privadas.
La oposición no resistió la
tentación de parangonar el proyecto con la ley que rige desde hace un
año el sector audiovisual argentino. Pero, en realidad, el modelo es
mucho más antiguo y consiste, a grandes rasgos, en impedir la
concentración de la propiedad de los medios y garantizar la libertad de
expresión, la pluralidad y la diversidad; someter las licencias a
escrutinio periódico con participación ciudadana, “fortalecer la
infraestructura nacional de telecomunicaciones”, defender la equidad en
las campañas electorales y los derechos humanos, en especial los
infantiles (aunque sea de 6.00 a 22.00); y alentar la producción
nacional y local.
Si en lugar de integrarse con
miembros propuestos sólo por el Poder Ejecutivo el Consejo de
Comunicación Audiovisual del proyecto uruguayo funcionara en la órbita
parlamentaria, como la Institución Nacional de Derechos Humanos y el
Comisionado para las cárceles, la iniciativa avanzaría un paso más hacia
el modelo estadounidense gestionado desde 1934 por la Comisión Federal
de Comunicaciones.
Al régimen de
telecomunicaciones de Estados Unidos, bastante más estricto que el
propuesto para Uruguay, se lo ha acusado de favorecer las posturas más
conservadoras y los intereses de la industria, sobre todo desde que el
gobierno de George W Bush (2001-2009) alentó la concentración de los
medios y persiguió con ahínco los pezones que se asomaban por debajo de
los corpiños. Y aun así es muchísimo mejor que el actual estado de la
radio y la televisión uruguayas.
Etiquetas: Ley de Medios en Uruguay, Uruguay
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