Los malditos. A propósito de la visita del Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) a la Argentina
Dicen que la política es maldita. También que los periodistas están
malditos y que en el control de los medios de comunicación transitan
demonios que juegan con aquella materia incandescente, inasible y
siempre a punto de estallar, que no es un volcán, sino la opinión
pública.
Sin embargo, la única personificación del mal tiene como
referente a esos dictadores que sometieron a los pueblos a caprichos
mesiánicos, delirios místicos y ambiciones venales. El Plan Cóndor en
América Latina es poco mencionado por la Sociedad Interamericana de
Prensa (SIP).
Su silencio sobre el ex titular de la entidad, el
uruguayo Danilo Arbilla Frachia, director del Centro de Difusión e
Información de la Presidencia del gobierno de facto de Juan María
Bordaberry -entre 1973 y 1975- resulta llamativo cuando sus actuales
representantes conforman una misión internacional que evalúa la libertad
de prensa y de expresión en la región.
La SIP es una suerte de
mega cámara empresaria que reúne a cadenas editoriales, dueños de
diarios y de agencias de noticias privadas, cuyo objeto es defender
intereses económicos y corporativos. No está escrito en su misión
institucional, aunque su proceder indica que la función natural de la
SIP es la de interpelar a los representantes de los Estados nacionales,
pedir audiencia con presidentes y tratar de marcar su agenda.
Su paso por la Argentina
ocurre en medio de una rayuela que divide entre el cielo y el infierno a
los distintos jugadores que pugnan por la plena aplicación de la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual. En especial, por la medida
cautelar de un simple artículo transitorio (el 161°) que obliga a la
desinversión de quienes no se adecuen a la norma.
Más allá de la
SIP y de su arribismo convocante, ocurre que la reciprocidad entre los
medios masivos de comunicación y los procesos de formación de opinión
pública conforman una unidad inseparable para el ejercicio del poder.
Estado sólido (papel) y líquido (opinión) se complementan.
Pensadores
clásicos como Platón y Aristóteles escaparon a las concepciones
elitistas sobre verdades reveladas y encontraron en la opinión pública
un saber popular, con dominio propio en las mayorías. En esa clave el
posterior Renacimiento se deshizo de una idea de pueblo entendida como
sujeto pasivo.
Pasado ya este 7 de diciembre habrá que repensar
cuál es el lugar de este poder no institucionalizado que dio la base
para una discusión amplia por una ley de radiodifusión para la
democracia. Frente a los grupos de presión como el señalado hubiera sido
extraño, casi idiota, que la función pública-política en el gobierno
dejara al libre albedrío de quienes se beneficiaron en tiempos pasados
con negocios macabros a cambio de editoriales facciosas.
Ahora
bien, la brutalidad de los sucesos mediáticos y las pasiones que
devinieron en la actual lógica amigo-enemigo debe encontrar un punto de
equilibrio. Ese lugar lo tienen los cuerpos colegiados y, en especial,
las organizaciones sociales que no encuentran aún su espacio de reserva
del 33 por ciento del espectro.
Un dato extraño para el
compromiso comunicacional asumido por las autoridades del AFSCA es la
ausencia de aquellos impulsores de la Ley 26.522, que transitaron los
primeros recorridos.
A tres años de la sanción, tal vez sea
tiempo de poner en perspectiva histórica lo sucedido con batallas
cautelares / culturales y volver convocar a los académicos malditos.
Aquellos que desde el ámbito de las Ciencias de la Comunicación
imaginaron una época en donde el poder de la palabra resida en el
pueblo.
Para ello falta un plan técnico que ordene la
digitalización y uso del espectro radioeléctrico. Resolver la entelequia
de la convergencia tecnológica entre radiodifusión y
telecomunicaciones. Y por supuesto insistir que a mayor grado de
información, accesibilidad y pluralidad de fuentes habrá una
institucionalidad democrática avalada por ese poder popular
instituyente. Aquel movimiento incandescente, inasible y siempre a punto
de estallar, que a pesar de su potencia no pudo sostener a Juan D.
Perón cuando lo derrocaron con todos los medios haciéndole coro.
Eso
ocurrió meses después de los poderes fácticos bombardearan la Plaza de
Mayo en junio de 1955. La SIP no dijo nada al respecto. Había sido
fundada en 1943, en una conferencia de periodistas realizada en La
Habana, cuando Cuba transitaba por el primer gobierno prostibular de
Fulgencio Batista.
Etiquetas: censura, Monopolios, SIP
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