martes, 3 de enero de 2012

Democratizar el papel de diarios



(http://tiempo.infonews.com/notas/ataque-los-intereses-espurios-de-clarin-y-nacion)
Un ataque a los intereses espurios de Clarín y La Nación

Publicado el 27 de Diciembre de 2011

Por Alejandro Horowicz Periodista y escritor y docente universitario.

El 6 de agosto de 1976, Graiver muere en un accidente de avión nunca aclarado. Y su viuda, Lidia Papaleo, vende sus acciones al estado nacional (¿en la mesa de torturas?). La ilegalidad de la operación es más que evidente.




En 2001 la sociedad argentina se encaminaba hacia el fondo del pozo. ¿Un accidente? No, la consecuencia de una compleja cadena de decisiones. En 1975 el bloque de clases dominantes cambió de programa estratégico, las distintas variantes del Plan Pinedo quedaron definitivamente atrás, ya no se trataba de construir una nación moderna vivible para la compacta mayoría. Lo que era bueno para los negocios debía serlo para la sociedad, y la teoría del derrame no era otra cosa que la naturalización de ese postulado inverificable.

En 1971, Richard Nixon podía bromear diciendo “keynesianos somos todos”, y hoy un economista que se filie en esos pastos no trabaja en el Banco Mundial, ni en el Fondo Monetario Internacional, ni puede aspirar al Nobel. El viraje comenzó a producirse a mediados de la década del ’70 y Celestino Rodrigo, curioso ministro de Economía de María Estela Martínez de Perón, sintetizó los nuevos aires; una afirmación compartida: el desarrollismo fracasó (no sólo no fue capaz de alcanzar la modernidad prometida, puso en peligro el orden social y la propiedad privada) terminó siendo el inmodificado balance del bloque de clases dominantes.

Por esos días, medir el rango de modernidad refería a medir el nivel de consumo de papel de diario. Y así como el modelo de sustitución de importaciones puso el acento en la producción de acero, como necesidad estratégica para quebrar la dependencia, también lo hizo con la puesta en marcha de una fábrica de pasta celulosa. Ese autoabastecimiento se constituyó en “objetivo nacional”. Y los objetivos nacionales, se sabe, el Estado los financia, las empresas dibujan inversiones discutibles, para que finalmente el deseado insumo se produzca, y la cadena soberana se refuerce en ese eslabón.

El ingeniero César Civita, editor italiano radicado en la Argentina a consecuencia de la política antisemita de Benito Mussolini, pergeñó el proyecto y logró ponerlo en marcha. Civita era un orgánico del desarrollismo argentino, a tal punto que Marcos Merchensky, por citar un nombre restallante, fue secretario de redacción de su revista insignia: Panorama. Merchens-ky, de origen socialista, secretario de la Federación Universitaria de Buenos Aires, en la década del 40, formó parte de la mítica revista Que (dirigida por Rogelio Frigerio) en compañía de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche. Y desde Panorama, junto a Enrique Alonso, dio sangre intelectual al acariciado proyecto. El gobierno de facto del general Alejandro Agustín Lanusse (último capítulo de la Revolución Argentina) sintonizaba con ese universo de ideas, y el Gran Acuerdo Nacional no fue otra cosa que el intento de construir un marco para resolver el conflicto peronismo-antiperonismo, en 1971. El acuerdo tenía una peculiaridad, el peronismo prestaba los votos para que el general Lanusse fuera presidente constitucional, ya que el general Perón “renunciaba” a su candidatura a cambio de un programa económico compartido. Por cierto, fracasó. Perón se ocupó de que así fuera

Pero en el ínterin, un movimiento guerrillero, alimentado por un orden político incapaz de respetar sus propias reglas –la proscripción electoral del peronismo era su presuposición existencial– tras gigantescas movilizaciones obreras –Cordobazo en 1969, Viborazo en 1971–, siguiendo las banderas del Che y la Revolución Cubana, ingresó a la palestra. Eran los días en que el general Giap –jefe de la guerrilla vietnamita– derrotaba al ejército mejor equipado del mundo; al tiempo que la dictadura de Lanusse lograba capturar a la mayor parte de la conducción del ERP, FAR y Montoneros, sin llegar a aplastarlos. Como la soledad oficial se hacía cada día más intensa, la guerrilla organizó la cinematográfica fuga del penal de Rawson, el 22 de agosto de 1972. La cúpula logró tomar el avión y pasar al Chile de Salvador Allende, pero 19 combatientes fueron apresados y enviados a la base naval Almirante Zar. Pocas horas más tarde fueron mayoritariamente muertos; el parte oficial hablaba de un intento de fuga, pero la sociedad sospechó de inmediato, y la revista Panorama, dirigida por Tomás Eloy Martínez, denunció en tapa ese fusilamiento encubierto por boca de los sobrevivientes.

A Civita el comportamiento de su director le costó la relación con el gobierno. No sólo perdió la posibilidad de construir la planta de papel, sino que decidió mudarse con todos los petates a Brasil. Entonces, vendió las revistas y el proyecto Papel Prensa. Vale la pena señalar que nadie lo obligó a vender, nadie le dijo quién podía comprar, y nadie le fijó el precio. Todavía la lógica de mercado seguía funcionando incluso para Papel Prensa. Y si bien la participación de Civita era minoritaria –26% del paquete accionario– en los hechos otorgaba el manejo del negocio, aunque garantizaba, a través del control del Estado, que semejante posición no pudiera ser utilizada contra los demás consumidores. El comprador de Papel Prensa resultó David “Dudi” Graiver.

Dudi, a través de su familia, era el propietario del Banco Comercial de La Plata, banco que administraba los fondos de la curia platense, importante funcionario del ministerio de Bienestar Social, a cargo del marino retirado Francisco Manrique, y socio de José Ber Gelbard, presidente de la Confederación General Económica y futuro Ministro de Economía de Cámpora, Lastiri y Perón. Es decir, no era precisamente un outsider, sino un orgánico del bloque de clases dominantes. Es cierto que terminó siendo el banquero de Montoneros, pero esa es harina de otro costal, y en todo caso queda muy claro que esa compra y esta sociedad no se toca en ningún punto.

El 6 de agosto de 1976, Graiver muere en un accidente de avión nunca aclarado. Y su viuda, Lidia Papaleo, vende sus acciones al Estado Nacional (¿en la mesa de torturas?). La ilegalidad de la operación es más que evidente, aun sin tortura alguna; conviene decir que nadie niega los hechos, pero sí sus conclusiones lógicas. Papaleo está obligada a vender (la posibilidad de negarse ni siquiera es teórica), no puede elegir el comprador (debía ser aprobado por la Junta Militar y el ministro de Economía), y por tanto no puede decidir el precio, ya que el comprador lo impone de hecho. Con un añadido, el comprador del paquete minoritario, se transforma en propietario mayoritario. Una empresa destinada a democratizar el consumo de papel para diarios, se transforma en su contrario: llave monopólica del manejo del negocio. El Estado “regala” a Clarín, La Nación y La Razón –La Prensa se negó a formar parte del connubio– la fábrica. Pocas veces la política terminó siendo la continuación de los negocios por otros medios más obviamente, las consecuencias no se hicieron esperar.

Los tres diarios no sólo reciben todo el papel que necesitan (71% de la producción), además gozan de un precio diferencial: 15% más bajo. Y cuando el papel no les alcanza, los demás compradores deben importarlo, con lo que pagan más caro aún. A nadie se le escapa que el principal insumo en la confección de un diario es el costo del papel; por tanto, la diferencia de precio permite sacar del mercado a los competidores molestos. Es decir, facilita la reconcentración del negocio en poquísimas manos. Y por cierto así terminó siendo.

Por 41 votos contra 26 el Senado declaró que la producción, distribución y comercialización de pasta celulosa para diario es de interés público, el jueves 22. Y Dypra, el organismo que representa a 80 diarios del interior, se pronunció a favor de tan elemental perspectiva. Una pieza clave en la conformación del poder construido por la dictadura burguesa terrorista ha sido reformulado. Ese es el ataque a los intereses espurios de Clarín y La Nación, y no es exactamente poca cosa.

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